Comisión Episcopal para la Vida Consagrada
JORNADA PRO ORANTIBUS
Orar con fe, vivir con esperanza
15 de junio de 2025
Solemnidad de la Santísima Trinidad
«Orar con fe, vivir con esperanza» es un certero resumen de la vida contemplativa en este año jubilar. La solemnidad de la Santísima Trinidad nos convoca para volver a pasar por el corazón a los hombres y mujeres que se han consagrado en la Iglesia a vivir a imagen del misterio trinitario.
El año pasado nos referimos a ellos y ellas como «los que rezan», el apelativo con el que denominamos la Jornada Pro Orantibus. Precisamente la actitud orante inherente a la fe viene a dar nombre al lema de la Jornada de 2025 como fuente de la esperanza que buscamos y anhelamos en el año jubilar.
«La oración es el corazón de la vida contemplativa» (VDQ 4§1), afirma el papa Francisco en la constitución apostólica Vultum Dei quaerere del año 2016. La oración personal y comunitaria, elevada al Señor con fe sincera en medio de las vicisitudes de la propia existencia y del mundo, hace descubrir al Señor como tesoro de la vida, como el mayor bien, como la esperanza que no defrauda y que mora en la celda del propio corazón, «en la soledad habitada del claustro y en la vida fraterna en comunidad» (VDQ 9).
En una existencia que se sostiene orando con fe, a imagen de Jesús, que se retira para encontrarse con el Padre, no caben la apatía, la rutina, ni la desesperanza, sino que su fruto es justamente una vida que se afronta con esperanza, con entera confianza en el Señor y en su querer para nosotros, porque sabemos que solo él tiene el poder y la voluntad de esperanzarnos y siempre cumple sus promesas.
En esta unión especialísima de oración y vida, fe y esperanza, el papa Francisco nos propone a Abrahán, nuestro padre en la fe, también como «padre en la esperanza». Abrahán y Sara, en su realidad de ancianidad y esterilidad, son figuras simbólicas que bien pueden alentar una vida contemplativa que ora con fe y vive con esperanza en estos tiempos. Una vida contemplativa que se comprende a sí misma, bajo el horizonte de ese vuelco esperanzador que se produce en el corazón cuando, fiados del Señor, nos dejamos acompañar por el poder de su presencia y nos volvemos capaces de aguardar, incluso en circunstancias adversas, el cumplimiento de la promesa divina; según la cual aquellos que oran con fe y viven con esperanza serán padres de muchos hijos, raíz de una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y la arena incontable de las playas.
El santo padre dice que los cristianos estamos llamados a vivir la experiencia firme de la fe de Abrahán, el cual cree con todo su corazón en el Dios que hace salir a su pueblo de la desesperación y de la muerte, y convoca a todos a la vida a través de un itinerario de fe y esperanza. En la historia de Abrahán «todo se convierte en un himno al Dios que libera y regenera, todo se convierte en profecía» (Francisco, Audiencia general [Roma, 29-5-2017]). Porque Abrahán está persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete (cf. Rom 4,21) y así vive con esperanza cuando surgen las pruebas, porque no se tambalea su fe.
Este binomio, que alienta la existencia cristiana —orar con fe y vivir con esperanza—, forma parte de la exhortación permanente del apóstol san Pablo, quien también hace mención explícita de Abrahán, «nuestro padre en la fe y en la esperanza», aquel que «apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza» (Rom 4,18). La esperanza cristiana hunde sus raíces, según la doctrina paulina, en la experiencia de fe de quien ha puesto su confianza en el Señor resucitado y, por tanto, es capaz de mantenerse en pie cuando falla toda otra esperanza mundana, puesto que, ciertamente, la esperanza de fe «no se sostiene en razonamientos, previsiones y garantías humanas» (Francisco, Audiencia general [Roma, 29-5-2017]).
El ejemplo de Abrahán torna en la carta a los Hebreos (11,8-19), cuyo autor glosa el camino de fe y esperanza del patriarca, que sale de su tierra sin saber dónde le llevaría su peregrinación, vive como extranjero en una tierra distinta de la de sus orígenes, habita en las tiendas de los nómadas mientras espera alcanzar esa ciudad de cimientos sólidos que Dios promete diseñar y construir para él y para toda su descendencia. En esta aventura de fe que lo lleva a vivir en esperanza, Abrahán no está solo, sino que comparte su camino con Sara, cuya esterilidad también será trastocada en fuente de vida, precisamente porque aprende, no sin dificultad, a creer y esperar en el Dios fiel.
Bajo la luz que proyecta sobre ellos la fisonomía existencial de Abrahán y Sara, «los que rezan» y viven como contemplativos en medio del pueblo de Dios se nos aparecen como hombres y mujeres confiados y esperanzados. Bien mirado son, en realidad, no solo los que rezan, sino «los que rezan con fe y viven con esperanza». Ellos y ellas han salido de su casa y de su tierra, sin saber bien adónde iban. Algunos han dejado una vida ya hecha, un porvenir prometedor, según los cálculos humanos. Han llegado a vivir como extranjeros hasta ser asumidos por el humus de la tierra prometida de los conventos y monasterios en los que deciden morar el resto de su peregrinación humana. Han habitado la tienda claustral del silencio y la soledad, de la oración común y personal, de la vida fraterna en comunidad dentro de un monasterio. Esperando y construyendo, al mismo tiempo, la ciudad de Dios, han rezado con fe confiando en el Señor que cautiva, enamora y fascina ayer, hoy y siempre. Y, como Sara, han sido espiritualmente fecundos y continúan dando vida por su fe y esperanza en el Dios que es fiel, guarda siempre su alianza, cumple sus promesas y es para todos esperanza que no defrauda (cf. Rom 5,5).
Hermanos y hermanas que rezáis con fe y vivís con esperanza, seguimos necesitándoos como «faros» que iluminan el camino de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, especialmente, de la Iglesia.
Vosotros, hombres y mujeres que compartís historias de fe orante y esperanza humanada en la cotidianeidad; hombres y mujeres con quienes queremos seguir renovando la Iglesia sinodal y misionera: contamos con vuestra comunión, participación y misión.
Os necesitamos para que escuchéis los temores y esperanzas, gozos y sufrimientos de nuestro mundo y de la Iglesia, y se los confiéis al Dios en el que creyeron y esperaron Abrahán, Sara, cada uno de vuestros fundadores, fundadoras y vosotros mismos hoy.
Vuestra oración creyente y sostenida, vuestra esperanza vivida contra toda esperanza, os da y nos da vigor, y es para nosotros aliento en la oración y en la espera definitiva, la de Cristo vivo y glorioso. Ese Cristo ofrecido al mundo por el Padre, despertado en el corazón de cada creyente por el Espíritu Santo y del que la Bienaventurada Virgen María es primera discípula orante, esperanzada y contemplativa. Como vosotros hacéis para el mundo en medio de vuestro claustro interior, ella nos lo dona, hoy y siempre, en su regazo paciente, doloroso, fidelísimamente orante y plenamente esperanzado.
Comisión Episcopal para la Vida Consagrada
✠ Luis Ángel de Las Heras, CMF
Obispo de León, Presidente
✠ Vicente Jiménez Zamora
Arzobispo emérito de Zaragoza
Administrador apostólico de Huesca y de Jaca
✠ Fr. José Rodríguez Carballo, OFM
Arzobispo de Mérida-Badajoz
✠ Fr. Octavi Vilà Mayo, O. Cist.
Obispo de Gerona
✠ José M.ª Avendaño Perea
Obispo auxiliar de Getafe
