FAMILIA, FUENTE DE ESPERANZA
JORNADA DE LA SAGRADA FAMILIA
Mensaje de los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida
Domingo, 29 de diciembre de 2024
Celebramos con alegría desbordante la Jornada de la Sagrada Familia bajo el lema «Familia, fuente de esperanza», en comunión con todas las diócesis del mundo en la apertura del jubileo convocado por el papa Francisco, un tiempo especial de gracia que nos invita a ser peregrinos de esperanza. La Sagrada Familia de Nazaret nos guía en este camino hacia el encuentro con Cristo, la fuente de toda esperanza.
En el momento actual nos encontramos en medio de una transformación profunda que puede afectar no solo a la sociedad, sino también al corazón de las personas. El papa Francisco ha hablado repetidamente de un cambio de época marcado por desafíos económicos, políticos, culturales y tecnológicos que generan incertidumbre y pueden llevar a la desesperanza, pretendiendo reducir al ser humano a un mero individuo, fácilmente manipulable por los poderes que buscan intereses egoístas.
En medio de este contexto es necesario recordar que la familia es la comunidad que une persona y sociedad. La propuesta cristiana muestra la familia como lugar de encuentro y apertura, donde se vive la reciprocidad, el amor y la fecundidad. En ella, la persona no solo se forma como individuo, sino también como miembro de una comunidad que camina hacia Dios y hacia los demás. En la familia, aprendemos que «no es bueno que el hombre esté solo» (Gen 2,18) y que nuestra identidad se construye en la relación con los otros. Esta verdad se convierte en una fuente de esperanza en una sociedad herida por el aislamiento, la soledad y la ruptura de los lazos comunitarios. La familia es la primera y fundamental estructura en la que se aprende el sentido de la solidaridad, la gratuidad y el cuidado del otro. Allí donde el amor es verdadero y se comparte, surge la esperanza.
El próximo jubileo nos brinda la oportunidad de redescubrir el don de la esperanza en la vida familiar, ya que nos trae una sobreabundancia de gracia. Recordemos las palabras de Jesús: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10). No solo hemos recibido el don de la vida natural, no solo el don de la vida de la gracia como hijos de Dios y amigos, sino también la sobreabundancia de la gracia que restablece los dones de Dios de una forma abrumadora. ¡La misericordia de Dios es infinita! En efecto, en el Antiguo Testamento se habla de los jubileos como una institución de Israel que pretendía actualizar el don de la liberación de la esclavitud en Egipto y la posesión de la tierra prometida. Los años sabáticos cada siete años y los jubileos cada cincuenta han llegado también a su cumplimiento en Cristo: él es el jubileo permanente, porque es la misericordia del Padre que hace restaurar los dones de la gracia. Caer en la cuenta de esta verdad es ampliar las dimensiones del corazón, que necesita descansar y esperar, confiando en el amor indefectible de Dios. ¡El Señor siempre tiene razones para volver a comenzar su obra de amor en nosotros y con nosotros en la misión! Claro que esto no debe llevarnos a la pasividad, sino todo lo contrario, a la confianza cierta que dilata el corazón y lo prepara para corresponder al Señor.
La vivencia del año jubilar es una invitación a fortalecer los lazos de amor en nuestras relaciones y a reconocer la dignidad de cada persona, especialmente en un momento en que las dinámicas sociales pueden llevar a la división y al desencuentro. La familia cristiana es llamada a ser testigo de esta misericordia divina, que no se cansa de perdonar y de renovar todas las cosas. En este tiempo de gracia, es fundamental que nos esforcemos por restaurar la confianza y el respeto mutuo, comenzando por el seno del hogar.
En tiempos de desvinculación e invierno demográfico, el Evangelio de la familia ha de ser anunciado por esposos y padres que con humildad y decisión testimonien que la familia fundada en el amor recibido y compartido, el significado esponsal de la diferencia sexual, la lealtad a la alianza establecida, la apertura y el cuidado de la vida son fuente de alegría personal y generadora de una inmensa fecundidad social [1].
La familia, según el designio de salvación de Dios, es el lugar donde renace la esperanza donde podemos aprender a buscar la verdadera felicidad,
una felicidad que se realice definitivamente en aquello que nos plenifica, es decir, en el amor, para poder exclamar, ya desde ahora: soy amado, luego existo; y existiré por siempre en el amor que no defrauda y del que nada ni nadie podrá separarme jamás [2].
En la familia es donde experimentamos este amor incondicional, que es reflejo del amor infinito de Dios.
Invitamos a todos a contemplar el ejemplo de la Sagrada Familia que, incluso en la pobreza y en las dificultades, vive el amor y la comunión. El tiempo de Navidad es tiempo de esperanza que se hace caridad. Movidos por el amor busquemos caminos concretos para compartir nuestro tiempo y nuestros bienes con los más pobres y desfavorecidos.
Queremos dirigir una palabra especial a las familias que pasan por momentos de prueba, quienes sufren la enfermedad, la pérdida de seres queridos, la pobreza o la incomprensión. ¡No perdamos la esperanza! El Señor camina a nuestro lado y renueva su promesa de vida abundante.
Pidamos a la Sagrada Familia de Nazaret que interceda por todas nuestras familias, para que seamos fuente de esperanza y luz en un mundo que tanto lo necesita. Que el año jubilar que comenzamos sea un tiempo de gracia que nos permita redescubrir la belleza del amor familiar y la alegría de ser «peregrinos de esperanza» en el camino hacia el reino de Dios.
✠ José Mazuelos Pérez
Obispo de Canarias
Presidente de la Subcomisión Episcopal para
la Familia y la Defensa de la Vida
✠ Gerardo Melgar Viciosa
Obispo de Ciudad Real
✠ Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
✠ Santos Montoya Torres
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño
✠ Antonio Prieto Lucena
Obispo de Alcalá de Henares
[1] CONFERENCIA EPISOPAL ESPAÑOLA, El Dios fiel mantiene su alianza, 77.
[2] FRANCISCO, bula Spes non confundit, 21
